El Callejón de las Manitas

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El Callejón de las Manitas tuvo su origen en San Luis Potosí en el año de 1758 cuando un sacerdote llegó a esta hermosa ciudad ya que gozaba de un excelente clima y una gran hospitalidad de sus habitantes.

Historia de la Leyenda del Callejón

El clérigo no tardo en encontrar trabajo en uno de los mejores colegios de la ciudad y fue tanta su suerte que le ofrecieron vivir dentro del colegio, en una de las casitas que les entregaban a los maestros.

Él encantado acepto esta proposición, aunque eso no le impidió que comprara otra casa en las afueras de la ciudad, en un lugar desolado llamado Alfalfa.

El profesor llevaba una vida relajada mientras impartía clases de latín y un día decidió hacer un recorrido sin rumbo fijo dentro de los poblados cercanos por lo que se llevó a dos jóvenes que le ayudaban en su casa.

Esa tarde al terminar su recorrido, gasto una parte de su dinero en cosas que necesitaba para su casa y la otra la empleo en ayudar a los pobres. Esto siempre sucedía así ya que era un hombre de gran corazón al extremo de que todo lo que ganaba lo invertía en obras de beneficencia

Al llegar a su casa en el callejón de la Alfalfa, ordenó a los jóvenes que desensillaran los caballos y los llevaran al pesebre. El sacerdote como estaba muy cansado decidió irse a la cama sin cenar pero no sin antes rezas sus oraciones del día.

 

Gran espanto y confusión padecieron los jóvenes al encontrar el cuerpo del cura tendido en la mitad de su habitación, escurriéndole sangre por doquier y sin perder tiempo salieron rápidamente a la calle solicitando ayuda.

Lamentablemente el padre no sobrevivió por lo que las autoridades se movilizaron para dar con los culpables; sin embargo todo aquel que parecía sospecho lo soltaban enseguida pues no le encontraban algún cargo. Los muchachos hicieron su parte, proporcionando toda la información necesaria para esclarecer el asesinato pero no hubo éxito.

Hasta que un día un miembro de la autoridad jurídica, quien siempre había sospechado de los jóvenes, pidió que se les internara en el hospital en calidad de presos.

Los acomodaron en cuartos separados y después de varios días por fin dijeron la verdad; al principio ambos se culpaban mutuamente pero después, el más joven denunció que su primo era el que había asesinado al padre y que entre los dos ocultaron lo que le habían robado, unas cuantas monedas de oro.

Los homicidas y autoridades se trasladaron al lugar del escondite y efectivamente encontraron las monedas y un  puñal de hoja larga, que era el objeto con el cual asesinaron al cura.

Los jóvenes argumentaron que no solo se trataba de un robo, sino de una venganza de los malos tratos que recibían de aquel hombre que muchos lo tomaban por bondadoso.

Su juicio se prolongó por cinco años y después del tiempo transcurrido se confirmó su sentencia: serían sentenciados a la horca, además de que les cortarían las manos para exhibirlas públicamente.

Las manos de los criminales se colgaron en el muro exterior de la sombría casa del callejón y por las noches cuando la gente tenía que pasar por ese lugar, empezaban a rezar y no se detenían hasta que se alejaban. Desde entonces se le llamo el Callejón de las Manitas.

Transcurridos los meses, decidieron que era momento de retirarlas de ese lugar pero justo cuando las quitaban, éstas volvían inexplicablemente al mismo sitio. Esto ocurrió durante mucho tiempo hasta que por fin desaparecieron.

Cuentan que en ese callejón, en las noches del mes de Noviembre se ven flotar unas manos esqueléticas, así como un sacerdote que cruza la calle y se pierde al dar la vuelta en la esquina.

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